domingo, 1 de marzo de 2009

Antes de...


Este es el momento antes de... antes de escribir la bitácora. (Empresa que me abruma antes de disfrutar la condena de su formación). Es el momento en que quieres saberlo todo, pero no tienes ganas de que nadie te lo diga. Un momento ensoñador en el que el estado onírico se huele como sentencia, un placer parecido al vértigo. ¿Puede alguien tenerle miedo al conocimiento? Invito a la comunidad de científicos sociales (si es que se le puede llamar así) a que hagan toda clase de experimentos. Llegarán a la conclusión de que sí, sí se puede.

Pero, al final de cuentas, ¿qué importancia tiene eso? ¿Por qué estropear la ingenuidad con peroratas aburridas llenas de tecnicismos grises? ¿Para explicar mejor la humanidad? ¿Y eso para qué chingados sirve? En estos momentos podría hacerle el amor a la hija de Alberto Caeiro -los que no conozcan el exquisito juego heterónimo de Pessoa no podrán entender el grandioso chiste que acabo de decir, es como si acabara de plantear que una mentira mía pueda tirar con mi novia... saludos, Merli-, y ella no me preguntaría si soy biólogo, y aún así lo fuera, me seguiría amando, aún después de intentar explicarle la constitución orgánica de las plantas y las flores. Detendría sus pies desnudos y con una mirada preceptista y una sonrisa cariñosa me diría que para poder admirar los árboles no se necesitan sólo ojos, sino también prescindir de toda filosofía, me diría que con los filósofos no hay árboles... sólo ideas.

¿Cómo le digo al mundo, a punto de emprender en proyecto que proyecte un visión de la vida mexicana y tenga como objetivo dar al lector nacional y mundial una proyección de lo que ésta puede llegar a convertirse? Pues... pues no lo haré. No hoy.

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